EL VERANO Y LOS TRASTORNOS ALIMENTICIOS

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EL VERANO, BUEN AMIGO DE LA ANOREXIA, BULIMIA Y LOS TRASTORNOS ALIMENTICIOS

 

Todas las personas que tienen contacto con los trastornos alimenticios saben que las dos épocas del año más difíciles para manejar los síntomas que éstos provocan son el verano y la navidad. ¿Por qué? Es fácil saberlo pero vamos a profundizar en ello. La navidad en nuestra cultura es una época de encuentros familiares y sociales alrededor de muchas veces exageradas cantidades de comida. Y, todavía en nuestras familias, la comida es una manera de mostrar y recibir atención, afecto, consideración. Por eso se espera de todo el mundo que coma muy diferente y en mayor cantidad de lo que suele comer el resto del año, que hablen de ello y que centren su atención en lo ahítos que quedaron y en los “atracones sociales” que se dieron. Además de lo más obvio de la comida, se favorecen y en ocasiones se fuerzan multitud de relaciones para los que muchas personas no están preparadas o simplemente no quieren tener y sin embargo no pueden eludir puesto que la presión social es fuerte. Muchas relaciones familiares cargadas de secretos o envueltas en la incomunicación que acumulan tensiones y malos-entendidos cuando no agresiones manifiestas en torno a grandes platos de comida. Una mezcla explosiva.

 

En el tratamiento de la anorexia y la bulimia nerviosa uno de los grandes y difíciles objetivos es decir con palabras lo que la mente y el cuerpo expresa con síntomas. Es decir, lo ideal sería clarificar la verdadera naturaleza de las relaciones en las que estamos insertos, limpiar los malos entendidos que se pueden acumular durante años, poner límites a actitudes y comentarios que nos dañan e infravaloran y un largo etcétera de heridas que pueden generar las relaciones afectivas si no se ven nutridas de una buena comunicación.

 

El verano es harina de otro costal. Así como la navidad está centrada en la comida, el verano en el cuerpo. El difícil tándem de los trastornos alimenticios, cuerpo y comida.  Uno de los primeros retos que trae el buen tiempo es aligerar la cantidad de ropa que nos cubre. Comenzar a enseñar o marcar partes del cuerpo que se procuraban mantener ocultas o disimular el resto del año. El reto más difícil, el temido bikini o bañador. Lo primero, probarse el del año pasado y comprobar si el cuerpo ha cambiado a lo largo del invierno  y después, encuentros sociales en playas y piscinas en las que además de mostrar el cuerpo hay que relacionarse, a menudo con gente nueva o desconocida. Un reto gigante según en qué momento de la enfermedad se esté. También son épocas en las que de nuevo la gente se reúne en torno a comida y alcohol con lo cual, usar ambas como muletas para superar la ansiedad es algo fácil y asequible aunque muy patológico. Sumado a todo esto, el reencuentro con antiguas amistades. Para alguien que se considera poca cosa, inferior a los demás y a menudo invisible, retomar relaciones con las que han tenido poco contacto durante el año es un fácil disparador de obsesiones e infravaloraciones: me verá diferente, pasará de mí, no voy a saber de qué hablar, no me ha pasado nada interesante…

Y sin embargo, según avanza el verano y se avanzan en los diferentes retos, y se disfruta del sol y del agua sin centrarse en las dictaduras de la imagen como el peso, la depilación, el peinado, el bronceado… cuando se reencuentran con gente con la alegría de quienes se han echado de menos, cuando se conoce nueva gente sólo llevados por la curiosidad y el respeto y no por el egocentrismo y la crítica… qué gran paso se puede dar en la superación de esta enfermedad. Y cuantas obsesiones y mitos caen. Mucho ánimo para las que estéis en esta batalla.

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