“Los caballos permiten unirse de forma incondicional a otro ser vivo, quitarse las máscaras sin miedo al rechazo; esto provoca una apertura, una revelación y un feedback que son la clave para la recuperación” (Sudekum-Trotter, Chandler, Goodwin- Bond y Casey, 2008).
Es el psicoterapeuta Boris Levinson, en 1969, el primero en escribir profesionalmente sobre los animales como parte del proceso terapéutico. En concreto, Levinson habló de la influencia de los animales en el trabajo terapéutico con niños y adolescentes. Destacaba ciertas características que facilitaban el trabajo en terapia, como sus comportamientos espontáneos, su disponibilidad continua para las interacciones y el hecho de que no juzgan, proporcionan un apoyo incondicional y son fieles y cariñosos. Estas características promueven la creación de un espacio de confianza que favorece una buena relación terapeuta-paciente y, por tanto, facilita la alianza terapéutica, siendo estos elementos clave para un proceso terapéutico de calidad.
Actualmente, tenemos diversidad de terapias que incluyen animales como parte del proceso. Están estudiados los beneficios físicos de los animales sobre la salud de las personas, produciendo efectos como la bajada de cortisol (facilitando la reducción del estrés), de la presión sanguínea y de los niveles de colesterol, especialmente en personas de edad avanzada. Lo que estos datos sugieren es que la terapia asistida con animales reduce el arousal, es decir, el nivel de activación, lo que se puede reflejar en una reducción de la ansiedad.
Sin embargo, más allá de los beneficios físicos que nos produce el contacto con los animales, se está estudiando el gran beneficio psicológico. Existen varias investigaciones que se han centrado en estudiar la similitud entre el vínculo animal-humano y el vínculo humano-humano. Al igual que en las relaciones humanas, estaríamos hablando del apego, situando a los animales de compañía como figuras que nos generan seguridad, apoyo, proximidad, refugio y estrés, en el caso de la separación.
A pesar de estar demostrado que el simple hecho de acariciar a un animal tiene un efecto beneficioso en las personas, sigue sin estar demostrada la diferencia entre los efectos de la terapia si la participación del animal es activa o pasiva (mera presencia del animal, sin interactuar con él).
En el caso concreto del caballo, se diferencia de otros animales porque al ser un animal de gran tamaño y fuerza permite trabajar el autoconocimiento, el autocontrol, el empoderamiento y la autoestima, además de ofrecer una oportunidad de ser montado y tener una experiencia más cercana cuerpo a cuerpo, lo que permite a la persona conectar con su lado más natural.
Como conclusión diremos que la mediación de un animal en terapia reduce los niveles de estrés y genera una atmósfera en torno a la terapia que, sin interferir en los procesos emocionales, facilita la expresividad de los mismos. Los animales influyen en la forma en la que el paciente percibe al terapeuta, favoreciendo la confianza y ayudando en la creación de la alianza terapéutica. Dichos animales deben estar instruidos específicamente para poder participar como figuras terapéuticas, siempre teniendo en cuenta que va a ser algo beneficioso tanto para el paciente como para el animal, mirando por la seguridad y comodidad de ambos.
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María A
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