Cómo se vive desde dentro el alta en pacientes con desordenes alimenticios
El martes 9 de enero celebramos el alta de una de las veteranas del grupo de TCA con desordenes alimenticios. Se respiraba ilusión, felicidad y unión en el ambiente, pero también existía cierto miedo. Miedo a recaer, miedo a la incertidumbre de no saber qué le deparará el futuro.
En mi opinión, estos miedos son normales y perfectamente comprensibles, ya que un alta consiste en el paso de tener el colchón de la terapia (en este caso un grupo terapéutico) a dar un salto al vacío, como cuando un polluelo tiene que dejar la seguridad del nido y saltar al vacío confiando en que sus alas le sostendrán.
Pero este salto no lo hacen sin ninguna herramienta, sino que van equipadas con una mochila que contiene todo lo que han aprendido a lo largo del tiempo en terapia.
Han aprendido a contactar consigo mismas y con sus necesidades, con sus miedos y emociones; han aprendido nuevas formas mucho más saludables de manejar su malestar e inseguridades que no sea a través de los síntomas.
Y SOBRE TODO HAN APRENDIDO A PEDIR AYUDA, A DESMONTAR EL MITO DE “YO SOLA PUEDO” Y A INCORPORAR LA VULNERABILIDAD COMO ALGO MUY SANO DEL SER HUMANO. PORQUE RECONOCERSE VULNERABLE NO ES DEBILIDAD SINO FORTALEZA.
En ningún alta se asegura que no vaya a tener lugar una recaída. Cuando se da de alta a una persona, en este caso a alguien con desordenes alimenticios, se hace cuando la persona lleva un tiempo largo sin mostrar síntomas con la comida y con el cuerpo, cuando ha aprendido a ser asertiva y menos exigente consigo misma, cuando la persona tiene la sensación de que cuenta con los recursos necesarios para poder llevar una buena vida, autónoma e independiente, en la que tendrá una buena red de apoyo.
Es decir, no sólo se tiene en cuenta que la persona tenga una salud física adecuada (como un IMC y pesos saludables, la ausencia de desajustes menstruales en el caso de las mujeres, la ausencia de atracones, vómitos y/o dietas…) sino que también es necesario que tenga una buena salud psicológica.
Esto se traduce en que el/la paciente tiene que tener una buena autoestima y una buena imagen de sí mismo/a (conocido como autoconcepto); una autoexigencia y perfeccionismo moderados, la cual no le lleve a criticarse a sí mismo/a continuamente o a fijarse metas poco realistas y difíciles de alcanzar; una buena capacidad para regular sus emociones, tanto positivas como negativas y habilidades sociales adecuadas que le permitan establecer y mantener una buena red social en la que poder apoyarse, ya que la enfermedad hace que la persona con desordenes alimenticios se aísle y no sepa cómo pedir ayuda o dejarse ayudar, que se sienta muy diferente a los demás o que no merezca ser querido/a por alguien.
Como he comentado previamente, nunca se puede asegurar que esa persona no experimente una recaída, ya que la vida nos sorprende con situaciones inesperadas que pueden ser difíciles de manejar, pudiendo recurrir a antiguos hábitos para hacerles frente.
Las recaídas no son ninguna muestra de debilidad de la persona, ya que todo el mundo puede manejar situaciones difíciles o emociones abrumadoras de una manera inadecuada. Lo positivo de esto es que, gracias a su trabajo en la terapia, podrán adelantarse al atracón, al vómito o a las restricciones alimentarias, pudiendo identificar rápidamente qué les está pasando, qué hay detrás de su malestar, ansiedad o tristeza.
Esto les permitirá poder poner en marcha mecanismos de acción más saludables o, en caso de que haya una recaída, puedan reconducir la situación y no dejarse llevar por los síntomas. Porque en realidad, lo que cuentan las personas que han sido dadas de alta es que están tan atentas a los posibles síntomas y están tan conectadas consigo mismas, que pedirían ayuda mucho antes de que estos se convirtiesen en patológicos.
Siempre contarán con la posibilidad de volver a terapia, ya que cuando una persona con desordenes alimenticios es dada de alta, siempre tiene las puertas abiertas para volver si lo necesita. Esto puede dar miedo, ya que, aunque gracias a la terapia y a sus familias y amigos han logrado superar la enfermedad, lo que se trabaja en ella es muy duro y no siempre se pasa bien. Puede que lo vivan como un paso hacia atrás, pero no sería un fracaso, sino al contrario, sería una victoria porque habrían sido capaces de detectar que algo no va bien y serían lo suficientemente valientes como para hacerle frente.
Porque así son las personas que buscan ayuda y acuden a terapia, valientes.
Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. Alguien valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo- Nelson Mandela.
Andrea Caballero Bragado
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