Prácticamente a diario, en la Asamblea General de las Naciones Unidas se reclaman espacios en los que poder sensibilizar, concienciar e informar sobre dilemas y problemas sin resolver, con la finalidad de promover campañas concretas que puedan ayudar a mitigar la situación.
En este sentido, el día 2 de junio se celebra el Día Mundial de la Acción por los Trastornos de la Conducta Alimentaria, permitiendo ir un poco más allá en la visibilización de estos trastornos. Hacer desaparecer el estigma hacia las enfermedades de salud mental es un trabajo, tristemente, difícil. Alrededor de 400.000 personas sufren un TCA en España, elevándose esta cifra a 70 millones en el mundo. Esto es algo que no se elige, por lo que démosle la importancia que se merece.
Por motivo de este día, desde Vínculo compartimos el testimonio de una chica que ha padecido un Trastorno de la Conducta Alimentaria. Los testimonios son una herramienta muy potente de trasmitir qué es lo que implica tener un TCA, narrado desde primera persona; se puede entender mucho mejor el sufrimiento de todas las personas que están luchando por superarlo, porque de un TCA SÍ que se sale.
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¿Qué edad tenías cuando comenzaste a tener anorexia?
Empecé a tener anorexia con 17 años, cuando estaba en 1º de bachillerato.
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¿Qué tipo de comportamientos comenzaste a tener que se salían de la normalidad?
La verdad es que empecé con comportamientos bastante “normalizados”, por desgracia, actualmente. Empecé con la intención de cuidarme más y comer menos “cosas malas”, así que decidí dejar de tomar dulces, bollos, pan, etc. También empecé a ir más al gimnasio, de una forma cada vez más excesiva. Evidentemente, esto empezó a tener resultados en mi cuerpo a nivel físico, así que decidí además bajar mis cantidades de comida y añadir otro día más de entrenamiento. Fui adelgazando, pero nada me parecía suficiente, así que empecé a saltarme y tirar comidas y empecé a ir todos los días de la semana a entrenar alrededor de 3/4 horas diarias. Comía muchísimos chicles para eliminar la sensación de hambre, hasta que ésta ya dejó de existir para mí.
Además, por temas digestivos, tenía indicado por el médico de vez en cuanto tomar un medicamento laxante, lo cual aprovechaba.
Durante todo este tiempo, comía casi todos los días sola, ya que mi madre trabajaba y mi hermana tenía horarios diferentes que yo, y como me pilló justo en la época de bachillerato, la justificación que le daba a mi familia, amigos y novio era que estaba adelgazando por estrés.
Dejé de quedar tanto con mis amigos; cuando decían de cenar fuera yo aparecía más tarde y decía que ya había cenado, o si cenaba con ellos, compensaba la cena con los días posteriores restringiendo mucho más mis comidas y haciendo más horas de deporte.
Nunca llegué a vomitar, aunque estando ya en tratamiento, cuando llevaba un tiempo haciendo bien las comidas, en un momento determinado no pude más, mi cabeza pudo conmigo y despisté a mi madre para poder ir al baño a vomitar la comida. Igual que con las otras conductas, sí sentía que tenía cierto control sobre mí misma, aunque fuera falso. Creo que no he sentido más desesperación y descontrol que ese día.
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¿Hubo algún factor concreto que te llevó a padecer este trastorno?
Creo que fue un conjunto de muchos factores. En la familia de mi madre hay varias personas con patología mental, por lo que supongo que la parte genética estaba presente.
En cuanto a aspectos de mi vida que hayan influido o de mí misma hay varios. Tuve una infancia un poco complicada: con 10 años mis padres se divorciaron y mi madre empezó a tener problemas con el alcohol de forma bastante severa, con vómitos, en muchos momentos a punto del desmayo, conductas agresivas hacia mí… En ese momento mi hermana, que es dos años mayor, no supo gestionar la situación y yo vi cómo poco a poco ella también se hundía, y mi reacción fue ponerme un poco al volante y sacar la situación adelante como se podía. Yo, sinceramente, en ese momento no era consciente de todo lo que eso estaba suponiendo para mi vida, simplemente luchaba por sobrevivir día a día.
Además de esto, tanto mi padre como mi madre fueron muy exigentes conmigo con respecto al tema académico desde pequeña. Esto fue algo que me acompañó bastante en los años de colegio, hasta que terminé por interiorizar esa exigencia, tratando de alcanzar la perfección en todo. Mi intención era hacer medicina, pero no me dio la nota y para mí eso supuso también un antes y un después porque caí a un pozo bastante profundo.
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¿En qué momento fuiste consciente de que tenías un TCA? ¿Te costó mucho aceptarlo?
Creo que me di cuenta en el momento en qué perdí el control. Casi no comía y hacía deporte hasta tal punto de desmayarme en una ocasión en una de las clases. En ese momento me decía a mí misma que no pasaba nada, que simplemente no tenía que hacer deporte sin haber comido tantas horas y que si vigilaba eso era suficiente.
Pero un día quedé con mis amigas de bachillerato; yo llevaba ya como dos años con anorexia y una de mis amigas nos contó que había ingresado en una clínica para tratarse un TCA. Nos sorprendimos todas y le empezamos a preguntar cómo se había dado cuenta de que le pasaba eso y comenzó a contarnos todas las cosas que se había dado cuenta que hacía para adelgazar. En ese momento me puse a llorar delante de ellas porque me di cuenta de que hacía muchas de las cosas que ella hacía.
Los días de después, hablé con el que era mi novio en ese momento y con mis padres y les dije que creía que tenía un problema.
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¿Acudiste a terapia o tuviste algún ingreso hospitalario?
Fui a una clínica privada. Ingresé con un infrapeso bastante severo y estuve como tres semanas de reposo en casa sin moverme de la cama, hasta que cogí algo de peso y me dejaron moverme. Me dieron ese tiempo de margen para ver si cogía peso o ver si sería necesario un ingreso.
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¿Cómo fue tu experiencia con los profesionales de la salud mental?
He de decir, que antes de todo esto, en el punto más agudo de la enfermedad, después de que no me diera la nota para estudiar medicina, además de todas las conductas restrictivas que se incrementaron, tuve un episodio de depresión. En ese momento fui a otra psicóloga, pero siento que no supo ver lo que me pasaba y que apenas mejoré.
Cuando mi amiga me dijo dónde iba ella, decidí probar en el mismo sitio y sinceramente hoy en día creo que les debo la vida. Las terapeutas fueron increíbles y los compañeros de grupo fueron como una segunda familia que podía entenderme y apoyarme como no lo hacía nadie.
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¿De qué manera fue avanzando tu proceso de mejora?, ¿qué fue lo que más te ayudó?
Al principio fue muy lento porque me costó mucho coger peso. Una vez me estabilicé en el peso, más o menos, empezamos a trabajar todo lo que me había llevado hasta esa enfermedad, y esto fue también un momento muy duro, porque mi madre aún seguía teniendo problemas con el alcohol.
Recuerdo que llegué a un punto de inflexión en el tratamiento en el que lo pasé realmente mal porque, por una parte, no podía seguir llevando a cabo esas conductas restrictivas y de compensación y era como si la parte sana de mi cabeza estuviera ganando terreno, pero a la vez, esa voz odiosa seguía diciéndome que me estaba poniendo gorda, que no comiera tanto, que daba asco. Esto me llevó a plantearme abandonar la terapia, ya que pensaba que, si no me iba a gustar nunca a mí misma, de nada valía el esfuerzo que estuviera haciendo porque después del alta iba a volver a hacer lo mismo. Creo que, en este momento, sin duda alguna, lo que más me ayudó fue tener un grupo de terapia, porque en él había gente que estaba en diferentes puntos del tratamiento y aquellas que estaban al borde del alta me tranquilizaron diciéndome que ellas habían tenido esa misma sensación y que debía seguir trabajando. Me prometieron que desaparecería y así lo hizo.
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¿Te sentiste acompañada por tu familia, amigos, pareja…?
Con respecto a mi familia, sí que creo que tuvieron gran peso en el tratamiento porque fueron los encargados de hacerme y servirme las comidas durante mucho tiempo, pero no sentí que me acompañaran tanto a nivel emocional, aunque supongo que es por la historia familiar que hay detrás y porque no sabían hacerlo de otro modo.
Mis amigos se volcaron muchísimo conmigo, he de decir que fueron un apoyo fundamental para mí en esa época.
Y el que era mi novio en ese momento, la verdad es que pasé por una situación un poco horrible, ya que decidió que mi enfermedad era demasiado; no podía con el agobio que le producía estar con alguien con tantos altos y bajos, inseguridades… y decidió romper conmigo.
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¿Cuál fue tu mayor aprendizaje?
Sin lugar a duda mi mayor aprendizaje ha sido aprender a quererme a mí misma como soy y por quien soy, con lo bueno y con lo malo, aceptarme y tener seguridad en mí. Y por otro lado, creo que también he aprendido a aliarme con mis monstruos; no puedo decir que esa voz haya desaparecido, simplemente he aprendido a ver qué me quiere decir. Así que, si me levanto un día y al mirarme al espejo pienso algo sobre mi físico, enseguida pienso vale esto no es el problema, que te está preocupando de verdad.
Cuando estaba en terapia, llegó a mí una cita de un autor que decía: “Si matas a mis demonios, mis ángeles morirán también”, así que decidí que era mejor ver la parte buena de los míos que intentar echarles.
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¿Qué le dirías a tu yo del pasado?
Creo que a mi yo de 10 años le diría que lo siento, que no es justo por lo que está pasando, que es normal tener miedo y sentir tristeza y que no lo reprima. Que la vida no es fácil, pero que ella es fuerte.
Y a mí yo adolescente le diría que se quiera, que sea capaz de mirar cada cosa buena de sí misma que nadie más es capaz de ver, que se cuide y, sobre todo, le diría que la quiero tal y como es.
Gracias a esta mujer valiente por compartir su experiencia. Con ayuda de profesionales especializados y un entorno sostenedor, se puede.
Laura Pascual Lozano.
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