¿Sabíais que las mujeres son diagnosticadas de enfermedades relacionadas con la depresión y la ansiedad entre dos y tres veces más que los hombres? (Usaola, 2014)… ¿y que además, independientemente de la clase social, tienen una peor percepción de su estado de salud, peor autoestima, peores condiciones de vida y mayor número de acontecimientos vitales adversos en comparación con los hombres? (Curto, Grau, Fortuño, Riobóo & Vidal, 2011). ¿Queréis saber a qué se deben estas diferencias? ¡En el blog de hoy os lo explicamos!
En primer lugar, cabe destacar que, aunque existen diferencias biológicas que podrían estar influyendo en ciertos casos, las investigaciones proponen que las desigualdades en el estado de salud según el género realmente son una respuesta a las desigualdades sociales (Curto et al., 2011). Y concretamente, a las diferentes “obligaciones” que recaen sobre hombres y mujeres debidas a los roles de género impuestos por la sociedad y la historia, lo que se denominan mandatos de género (Curto et al., 2011; Usaola, 2014). De este modo, las expectativas sobre cómo debería ser, comportarse, pensar y sentir una mujer pueden ejercer una gran presión que favorezca el desarrollo de problemas psicológicos. En este sentido, las dificultades en la salud mental son una forma de expresar el sufrimiento que conlleva desempeñar dicho rol (Curto et al., 2011).
Concretamente, los mandatos de género femeninos imponen que son las mujeres las que deben atender las necesidades y el cuidado de otras personas, sin atender en muchas ocasiones a las propias necesidades (es decir, cuidar a los demás antes que a sí mismas). Asimismo, imponen que las mujeres deben crecer y desarrollarse en pareja, y que la forma de ser y comportarse debe basarse en lo que los demás esperan de ellas (Dio Bleichmar, 1991; Romero, 2011). Además, las mujeres siguen sintiéndose en mayor medida responsables de determinadas tareas, como las que tienen que ver con los cuidados y el mantenimiento del hogar y de los hijos/as. De este modo, la interiorización de los mandatos produce que, cuando no se cumplen, aparezcan sentimientos de culpa, fracaso personal y falta de autoestima, es decir, una sensación de “no soy como debería ser; no estoy cumpliendo lo que se espera de mí” (Usaola, 2014). Todo ello favorece la aparición de problemas psicológicos.
A la gran sobrecarga impuesta por los mandatos de género en mujeres, debemos tener en cuenta que, con la incorporación de la mujer al mundo laboral, se añade la necesidad de conciliar las responsabilidades laborales con las obligaciones familiares y personales mencionadas anteriormente (Usaola, 2014), lo que incrementa la presión y el malestar.
Además, las diferencias en salud mental también se relacionan con el diferente modo de pedir ayuda entre hombres y mujeres. De modo que, por motivos culturales, las mujeres tienen mayor predisposición a reconocer problemas emocionales y a pedir ayuda a profesionales cuando los reconocen; tienden más a la expresión del malestar verbalmente y se permiten realizar conductas como el llanto o a mostrar tristeza (Usaola, 2014). Comportamientos que, además, no son aceptados socialmente en muchas ocasiones en varones. Estas diferencias en la expresión del malestar y la búsqueda de ayuda entre hombres y mujeres también se relacionan con la influencia que tienen los mandatos de género en los/las profesionales de la salud. De hecho, la forma de relacionarse con el paciente y las valoraciones emitidas cambian en función de si éste es hombre o mujer (Márquez, 2004; Usaola, 2014).
Por todo lo mencionado con anterioridad, debemos de ser críticos/as con los mandatos y roles de género que influyen en las dificultades experimentadas por mujeres y hombres. Resulta fundamental tomar conciencia de dichos mandatos de género y modificarlos con el objetivo de disminuir la vulnerabilidad que generan para el desarrollo de determinadas patologías, y que, además, producen repercusiones negativas tanto en hombres como mujeres. Y para ello, es necesario reflexionar acerca de cómo las imposiciones sociales configuran nuestra forma de ser y de expresarnos y cómo influyen en la relación que tenemos con nosotros/as mismos/as y con los demás.
Igualmente, es muy importante como profesionales de la salud tener en cuenta la perspectiva de género para ser conscientes de cómo el contexto cultural y las creencias de género influyen en nuestra forma de atender a los pacientes y de entender lo que les sucede, pudiendo ofrecer una atención y tratamiento de calidad (Usaola, 2014).
En definitiva, los estereotipos de género nos influyen y pueden ser perjudiciales para nuestro bienestar, especialmente cuando aparecen sentimientos de culpa o fracaso por sentir que no nos adaptamos a ellos. Y tú, ¿te has sentido alguna vez presionado/a por estos estereotipos? ¿Crees que alguna vez se te ha tratado de distinta manera por ser hombre o mujer? Compártelo con nosotras y no dudes en consultarnos si crees que lo necesitas. En Vínculo podemos ayudarte.
LAURA HARTO LÓPEZ
Psicóloga.
REFERENCIAS
Curto, P. M., Grau, C. F., Fortuño, M. L., Riobóo, N. A., & Vidal, C. E. (2011). Factores sociológicos que influyen en el desarrollo de la depresión en las mujeres. Anuario de Hojas de Warmi, (16). Recuperado de https://revistas.um.es/hojasdewarmi
Dio Bleichmar E. (1991). La depresión en la mujer. Madrid: Temas de Hoy.
Márquez I., Poo M., Romo N., Meneses C., Gil E., Vega A. (2004) Mujeres y psicofármacos: la investigación en atención primaria. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 91, 37-61. Recuperado de http://www.revistaaen.es/index.php/aen
Romero I. (2011) Desvelando la violencia de género. En: E. Dio Bleichmar (Ed.), Mujeres tratando a mujeres con mirada de género. Barcelona: Octaedro.
Usaola, C. P. (2014). La perspectiva de género en terapia familiar sistémica. En A. Montero (Ed.), Manual de terapia sistémica: principios y herramientas de intervención (pp. 99-132). Bilbao: Desclée de Brouwer.
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