Vivimos en una sociedad en la que los mandatos sociales de la apariencia y el rendimiento cobran cada vez más relevancia. Frases como “deberías haber hecho”, “tendrías que”, o “tú sólo/a puedes”, hacen que la autoexigencia vaya ocupando cada vez más lugar en nuestro día a día. Obligándonos a mantener unos estándares que, en la mayoría de los casos, no encajan con nuestra realidad.
En apariencia, la autoexigencia tiene muchas connotaciones positivas. Sin embargo, cuando de forma constante las personas intentamos obtener el máximo rendimiento sin importar si sobrepasamos nuestros límites o capacidades, puede hacer que nuestra salud se vea gravemente dañada. Se trata de una cualidad que, llevada al extremo, puede derivar en una importante insatisfacción, malestar y ansiedad.
Pensar sobre los objetivos que nos marcamos es algo que debemos reflexionar: ¿las metas que nos marcamos dependen sólo de nosotros/as, o en ellas influyen factores que no podemos controlar? Del mismo modo, debemos pensar sobre los motivos que nos llevan a intentar conseguir el objetivo marcado: ¿la motivación es realmente nuestra, o lo sentimos como una obligación impuesta por los demás o por nuestras propias creencias del “ideal de excelencia”?
Cuando la autoexigencia empieza a adquirir demasiado protagonismo en nuestras acciones es, entre otros factores, porque existe una descompensación entre lo que elegimos hacer y lo que nos obligamos a hacer, ya sea por nuestros pensamientos o por circunstancias externas autoimpuestas.
¿Qué ocurre cuando la autoexigencia mueve nuestros actos?
La autoexigencia nos hace estar permanentemente insatisfechos/as con nuestros resultados. En el afán por hacer todo de la mejor manera, una vez llegamos al objetivo marcado siempre pensamos que podría ser mejor. Esto genera un estado de insatisfacción final permanente que se intenta cubrir con más exigencia, provocando que las tareas puedan alargarse indefinidamente, con el consecuente estrés y ansiedad añadido. Mensajes como “debería” o “tengo que” caracterizan actitudes y pensamientos rígidos e inflexibles que nos llevan a una mala gestión de los imprevistos y los cambios. En consecuencia, nos hace más vulnerables al estrés que generan este tipo de situaciones.
Por otro lado, la autoexigencia genera una gran inseguridad ante la posibilidad de fracasar. Esto nos lleva a una necesidad de control sobre todas las tareas para intentar minimizar los posibles fallos y evitar la frustración que puede generar el fracaso. Si mantenemos esta actitud centrada en el objetivo final, nos olvidamos de lo más importante: el proceso que estamos llevando a cabo. Y, al no lograr la perfección (algo inalcanzable), no nos sentiremos satisfechos/as, lo que nos hará estar inmersos/as en un ciclo que hará que nuestra autoestima se vea dañada.
En definitiva, se trata de una cualidad que, mal gestionada, puede llegar a comprometer nuestra salud no sólo por el estrés que genera, sino porque éste hace que la autopercepción de las necesidades queden relegadas a un segundo plano.
¿Qué podemos hacer para reducir la autoexigencia?
En primer lugar, es necesario tomar conciencia de que la forma de actuar que hemos seguido hasta el momento no es la más adecuada. Identificar nuestros propios límites y ser más realistas con nuestros recursos conociendo nuestras fortalezas hará que podamos fijarnos metas acordes a ellos. Saber definir unos objetivos realistas acorde a nuestras capacidades y planificarlos de forma adecuada nos ayudará a centrarnos en el proceso más que en el resultado final.
Por otro lado, tenemos que entender que los errores forman parte de la vida. Esto nos ayudará a aprender a tolerar y manejar mejor la frustración. Se trata de oportunidades para aprender y mejorar, pero siempre desde la tolerancia con uno/a mismo/a.
Y, por último, debemos aprender a poner el centro en nosotros/as y no en lo que los demás esperan de nosotros/as. ¿Desde dónde actuamos?, ¿qué necesito y que quiero hacer? Esto nos llevará a identificar nuestras emociones y darnos permiso para expresarlas. Nos ayudará a trabajar sobre la propia autoestima para que nuestra valoración no dependa únicamente de los demás.
Podemos ser responsables sin caer en conductas autoexigentes. Se trata de asumir responsabilidades de una forma objetiva y realista, adaptando nuestras capacidades a las tareas que se nos presentan, flexibilizando nuestros actos y dándonos permiso para el fracaso y el aprendizaje. De este modo podremos mejorar y avanzar desde el autocuidado y la conciencia.
María Cacho
0 comentarios