“Realmente, no sé cómo aparecí, pero supongo que ocurrió hace mucho tiempo, y que fui una especie de respuesta a las malas emociones y a los malos sentimientos que experimentaba (y experimenta) Marta: miedo, ansiedad, soledad, inseguridad, falta de protección, vergüenza, culpabilidad…. De alguna manera, ella nunca aprendió a enfrentar esas emociones, a comunicarlas, a darles un lugar, un tiempo o una función, y para huir de ellas, calmarlas o hacerlas desaparecer momentáneamente, estoy yo.
Siempre he estado ahí cuando las personas le han fallado o la han decepcionado. Es más, si estoy yo o está conmigo no necesita ni quiere a la gente. Sé que yo no sirvo para sustituir a ningún ser humano, pero para eso juego con la mente de Marta: antes de que me deje tomar el mando por completo, la tiento y le hago fantasear con las sensaciones placenteras y anestesiantes que la invadirán cuando me ceda el control, o mejor dicho, el descontrol.
No creo que Marta sea cobarde. Creo que hemos pasado demasiado tiempo juntas y nunca se ha planteado que exista una vida sin mí, no la conoce y no se conoce sin mí. Con todo, yo también sé defenderme y reclamar mi espacio. Cuando se acerca un acontecimiento importante que supone una amenaza porque puede provocar que Marta piense que no me necesita, yo aparezco y le recuerdo que sí, que siempre hemos estado juntas y ella no es ella sin mí, que no sabe pasar el día sin que yo la ayude a hacerlo porque yo soy la única que sabe generarle una mínima satisfacción. Para bien y para mal, ha llegado hasta donde ha llegado conmigo. Eso no se olvida fácilmente.
He ido evolucionando con Marta desde su infancia en Santiago (mala introducción a los alimentos, querencia especial por algunos y náuseas al comer otros, inclinación por las chucherías…), su adolescencia en Cantabria (compra de grandes cantidades de chucherías), los años de carrera y su primer trabajo (desmadres con la comida y el alcohol constantes, consumo de una cajetilla de tabaco diaria o cada dos días, dieta muy restrictiva y pérdida de 15 kilos en menos de un año, primeros vómitos) y su mudanza y vida independiente en Madrid (descontrol absoluto de horarios y comidas, atracones, vómitos y borracheras que suceden alternativamente pero de manera constante). Tengo acumulados tantos momentos, escenas y situaciones como para chantajear a Marta cada vez que piensa en abandonarme. Y siempre me salgo con la mía. Soy el espejo de su baja autoestima”.
Qué complicado es deshacerse de aquellas cosas que nos acompañan durante largo tiempo, y sobre todo, de algo que permite no mirar a aquello que hace daño…. Como nos explica Marta, el TCA es algo que se apodera de sí misma, toma decisiones por ella y llega a agobiarla hasta no poder más. Pero sin embargo, gracias a la terapia y a la fuerza que llevan dentro, hay personas como Marta que un día levantan la cabeza, miran a su alrededor y descubren que es hora de desprenderse de ese peso.
Y entonces, empieza un camino difícil, en que el que toca mirar al pasado, decidir sobre el presente y apuntar al futuro, en el que toca hacerse preguntas y emprender cambios, y en el que, sobre todo, toca dejar atrás esos síntomas que han estado tan cerca de una misma. Y ya sabéis, que desprenderse de aquello que ha formado parte de tu vida durante mucho tiempo y que en su momento, le ayudó a manejar emociones difíciles, es complicado… y que incluso, dejar atrás esa “anestesia” de la que nos hablaba Marta, puede doler.
Pero, sin embargo, una vez batallados todos los fantasmas y encontrado respuestas, personas como Marta son capaces de dejar a un lado la enfermedad… Y entonces, la “anestesia” ya no les hace falta, el descontrol puede cambiarse por tener la vida que les gusta, y empiezan a ser dueñas de su propia vida.
Por ello, la terapia es el medio fundamental para batallar con la enfermedad y dar luz a lo que estaba oscuro. Y por supuesto, desde Vínculo queremos recordarte que estamos aquí para ayudarte en el camino.
Y a ti, Marta, gracias por demostrarnos que sí se puede.
Laura Harto.
Psicóloga en Prácticas de Master
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