Violencia contra las Mujeres y Trastornos de conducta alimentaria

8 de Marzo: Trastornos de conducta alimentaria y el Día de la Mujer

 

 Desde hace siglos vivimos la división cultural del mundo en dos grandes modelos, que van cambiando y ajustándose a los tiempos y que se van construyendo según los intereses de las diversas culturas y sociedades. Así se nos presentan modelos de ser mujer y de ser hombre y no olvidamos los trastornos de conducta alimentaria. Las mujeres han desarrollado un género social que se relaciona con los cuidados, la reproducción, y la necesidad de ser vista y reconocida para tener identidad.  Los varones por su parte, han desarrollado una identidad de género asociada al control, la fuerza, el trabajo remunerado, la tecnología y la representación social u política.

 

Esta diferenciación es una clasificación jerárquica, el varón tiene valor por si mismo, la mujer debe mostrar su valor en función de la mirada de otros. La construcción de la identidad de género comienza ya antes del nacimiento, desde el momento de la concepción. Las personas individuales van adaptando su comportamiento y su identidad a los modelos y expectativas sociales generadas.

 

Esta jerarquización genera un sistema de relaciones de poder en las que el modelo masculino es el valorado y el femenino el subordinado. Este sistema, que llamamos patriarcal, se asienta sobre una serie de creencias erróneas: los estereotipos de género y el lenguaje sexista y no inclusivo es una de las herramientas por las que el sistema se perpetúa. Esta es la base de la violencia de género, descrita ya por numerosas expertas y expertos.

 

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Al hilo del DÍA DE LA MUJER, los y las miembros del Grupo de Trastornos Alimentarios (anorexia, bulimia y otros) y Obesidad de Madrid, no queremos dejar pasar la oportunidad de remarcar que algunos componentes que “ayudan” a emerger los trastornos de conducta alimentaria tienen relación directa con las distintas manifestaciones de la violencia sobre la mujer y las microviolencias de la vida cotidiana, como el ninguneo, la luz de gas, la cosificación, la agresión…

 

La cultura popular dominante a menudo centra la atención en el cuerpo de las mujeres. Los modelos estéticos, disociados del concepto de salud bio- psicosocial y centrados en las modas y el consumo, nos presentan cuerpos imposibles,  anclados en la pubertad, se niegan los cuerpos de las mujeres,  sus formas y, en este entorno, las mujeres van elaborando su proceso identitario de acuerdo con patrones sociales y culturales en los que la valía  está en la apariencia.

La delgadez se convierte en un valor social que se muestra a través de los medios de comunicación. Recibimos continuamente imágenes que nos muestran cómo son los cuerpos de éxito y esta presión recae especialmente sobre las mujeres.

Desde los juguetes hasta las revistas, los mensajes diferenciados para niños y niñas, chicos y chicas van conformando los diferentes modelos de ser persona adulta, y en el transito de la adolescencia, se desean cuerpos imposibles que nos traerán el ansiado reconocimiento social.

 

Los ideales de una belleza eterna, perfecta, sin fallos ni defectos, absolutamente fuera de la realidad se promueven cada vez más desde redes sociales como Instagram, Facebook, Snapchat, entre otras. En estas mismas cuentas, la aparición de comida sana, “healthy” provoca una idea errónea de pautas alimenticias que ayudan también a la formación de los trastornos de conducta alimentaria en personas con factores psicológicos vulnerables.

 

La idea que prevalece en el fondo de la cuestión sobre los cánones de belleza que promueven estas redes y cuentas sociales es la de evitar envejecer, en los dos sexos, pero en el caso de la mujer cobra más peso la idea de la eterna juventud, ya que las mujeres sufren más presión, menos valoración, menos visibilidad en todas las esferas de la vida a medida que ganan años y arrugas.

 

La prevalencia de los TCA (trastornos de conducta alimentaria) en la sociedad es del 0,7% a 3% de TCANE (trastornos de la conducta alimentaria no especificado) 1% de bulimia nerviosa en mujeres y 0,3% de anorexia nerviosa en mujeres jóvenes (fuente, Revisión Sistemática de Evidencia Científica: RSEC 2006), aunque los datos de la prevalencia varían según país y estudio escogido, habiendo estudios que elevan la cifra a un 14% de la población.

 

Hablar de trastornos de alimentación (anorexia, bulimia y otros) implica comprender y abordar el problema desde variables bio-psico-sociales. Alrededor del 90% de las personas afectadas son mujeres frente a un 10% de hombres. Dentro de los factores predisponentes, perpetuantes y precipitantes tenemos el haber sufrido abusos sexuales, la educación  orientada al cuidado del otro y no al propio cuidado, modelos estéticos dominantes que promueven la extrema delgadez y no representan la diversidad, presión a la mujer de tener pareja como medio de realización personal y social, cosificación en la publicidad, retoque fotográfico publicitario como forma de engaño…

 

Luchar contra el machismo es educar en la igualdad de derechos. Educar desde un modelo no sexista, no jerarquizado, es educar en el feminismo. Educar para ser, para que cada persona tenga valor en sí misma, con independencia de las tradicionales categorías socioculturales y de género. Trascender el sistema patriarcal supondría una disminución en la tasa de diagnóstico y la mejora del éxito del tratamiento.

 

Los y las miembros del grupo de trabajo en Trastornos Alimentarios y Obesidad  condenamos todo tipo de machismo, macro y micro, evidente y sutil y apoyamos la construcción de un modelo social feminista en el que se promueve la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la igualdad de derechos entre todos los seres humanos sin categorizaciones.

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